Hablar de la Andalucía minera es hablar de historia, de colonialismo y de trabajo. Es también hablar de vida y de muerte y del significado de ambas palabras aplicado al más amplio concepto de paisaje: inmensos encinares centenarios abrasados en calderas de combustión, mulas ciegas recorriendo estrechos y húmedos pasillos cargadas de mineral, hombres asfixiados en el plomo, en el carbón, en el azufre y en las piritas que, convertidos en libras y francos y, en escasas ocasiones, en reales o pesetas, van a alimentar la maquinaria industrial de la Europa contemporánea.
Hablar de Andalucía minera es hablar de casinos, pistas de tenis y campos de fútbol en un territorio de zambras y tarantas, de vaquillas, de carrera y escondite, de chiquillos que van a una escuela construida por el mismo capital que paga el salario de sus padres y que necesita mano de obra, a poder ser, civilizada.
Hablar de la Andalucía minera es hablar de historia, de colonialismo y de trabajo. Es también hablar de vida y de muerte y del significado de ambas palabras aplicado al más amplio concepto de paisaje: inmensos encinares centenarios abrasados en calderas de combustión, mulas ciegas recorriendo estrechos y húmedos pasillos cargadas de mineral, hombres asfixiados en el plomo, en el carbón, en el azufre y en las piritas que, convertidos en libras y francos y, en escasas ocasiones, en reales o pesetas, van a alimentar la maquinaria industrial de la Europa contemporánea.
Hablar de Andalucía minera es hablar de casinos, pistas de tenis y campos de fútbol en un territorio de zambras y tarantas, de vaquillas, de carrera y escondite, de chiquillos que van a una escuela construida por el mismo capital que paga el salario de sus padres y que necesita mano de obra, a poder ser, civilizada.
La minería transformó el paisaje natural de un lugar que pasó a engrosar la estadística de producción de mineral y en el que, al calor del fuego de las fundiciones romanas y las calderas inglesas, la tierra fue devastada, en latín primero y en inglés después. El período de explotación romano abarca en torno a cuatrocientos años comprendidos entre la República y el Alto Imperio, entre el siglo II a.n.e. y el siglo II. La ciudad de Cástulo, en el entorno de la actual Linares, se convierte en uno de los focos que alimentan las arcas de Roma y, dirigidas por la Societas Castulonensis, una extensa red de minas y fundiciones generan en El Centenillo el poblamiento de un territorio hasta entonces deshabitado y del que aún se conservan restos de trabajos de extracción. Bajo la firma de la Sociedad Especial Minera Río Grande, la Centenillo Silver Lead Co. Ltd. la New Centenillo Silver Lead Co. Ltd. y la Sociedad Minas del Centenillo, S.A., los grandes empresarios ingleses que ya dominaban el distrito minero que recorre Linares, La Carolina, Vilches, Santa Elena, Guarromán y Baños de la Encina, abrieron un nuevo periodo de explotación, inaugurado en 1865 con la fundación de la primera de las compañías citadas y que abarca casi un siglo de minería y poblamiento.
La minería transformó el paisaje natural de un lugar que pasó a engrosar la estadística de producción de mineral y en el que, al calor del fuego de las fundiciones romanas y las calderas inglesas, la tierra fue devastada, en latín primero y en inglés después. El período de explotación romano abarca en torno a cuatrocientos años comprendidos entre la República y el Alto Imperio, entre el siglo II a.n.e. y el siglo II. La ciudad de Cástulo, en el entorno de la actual Linares, se convierte en uno de los focos que alimentan las arcas de Roma y, dirigidas por la Societas Castulonensis, una extensa red de minas y fundiciones generan en El Centenillo el poblamiento de un territorio hasta entonces deshabitado y del que aún se conservan restos de trabajos de extracción. Bajo la firma de la Sociedad Especial Minera Río Grande, la Centenillo Silver Lead Co. Ltd. la New Centenillo Silver Lead Co. Ltd. y la Sociedad Minas del Centenillo, S.A., los grandes empresarios ingleses que ya dominaban el distrito minero que recorre Linares, La Carolina, Vilches, Santa Elena, Guarromán y Baños de la Encina, abrieron un nuevo periodo de explotación, inaugurado en 1865 con la fundación de la primera de las compañías citadas y que abarca casi un siglo de minería y poblamiento.
Las ruinas que rodean El Centenillo son el resultado del abandono apresurado de los lugares de producción. Al considerar que los costes de extracción del mineral ofrecían un beneficio inferior al deseado, el capital cierra las explotaciones y estas pasan a convertirse en carroña. Clausuradas las minas, el metal de las cabrias, calderas, cubiertas de edificios, incluso la más insignificante de las tuercas que ajustaban el funcionamiento de la maquinaria fueron arrancados y convertidos en chatarra. Así quedaron expuestos al sol, la lluvia y el viento los espesos muros de pizarra y desnudos los vanos de puertas y ventanas. Los interiores, antes poblados por incansables turnos de obreros, pasaron a dar cobijo a lantiscos, zarzas, mirlos y grajillas.
Las ruinas que rodean El Centenillo son el resultado del abandono apresurado de los lugares de producción. Al considerar que los costes de extracción del mineral ofrecían un beneficio inferior al deseado, el capital cierra las explotaciones y estas pasan a convertirse en carroña. Clausuradas las minas, el metal de las cabrias, calderas, cubiertas de edificios, incluso la más insignificante de las tuercas que ajustaban el funcionamiento de la maquinaria fueron arrancados y convertidos en chatarra. Así quedaron expuestos al sol, la lluvia y el viento los espesos muros de pizarra y desnudos los vanos de puertas y ventanas. Los interiores, antes poblados por incansables turnos de obreros, pasaron a dar cobijo a lantiscos, zarzas, mirlos y grajillas.
Las viviendas de los obreros se diseñaron partiendo de los conceptos de higiene y descanso, que aseguraron unas condiciones óptimas de vida como garantía de la optimización de la fuerza de trabajo. A las afueras del poblado, aislando así a este núcleo de hombres del grueso de la población, como si su presencia supusiera una amenaza a la tranquila vida de las familias. El Centenillo nació por y para la mina y llegó a contar con más de 2700 habitantes, que una Nochebuena celebraron su último baile para cerrar los pozos y las puertas de las enjalbegadas casitas y partir a diferentes destinos de la geografía española en busca de un futuro (¿mejor?) en el que volver a formar parte de la maquinaria. Desde el cierre de las minas hasta bien entrada la década de 1970, cines, teatro, escuelas, casino, chimeneas, casas de máquinas, incluso algunas de las fastuosas casas de Don Arturo, vieron desaparecer tejados, ventanas y personas.
Hoy, El Centenillo es un espacio repoblado, reconstruido y resignificado. La naturaleza salvaje vuelve a tomar su espacio en el interior de las ruinas de las explotaciones, cuya desaparición parece inevitable a juzgar por el abandono al que las instituciones públicas y las manos privadas someten a los restos materiales de la memoria del trabajo. Enormes grietas recorren las chimeneas de Santo Tomas, cuya esbelta silueta recorta un atardecer que ya no humea, y es fácil encontrar alguna cierva valiente que se acerca a pastar bajo las higueras, invasoras en el interior de las edificaciones de las minas. Los bichos vuelven a conquistar el espacio que les robaron y los hombres pasean sus caminos en busca de un poco de calma, entre las heridas que a la tierra le causaron otros antes que ellos.